Prólogo.
Julia, besos dormidos.
Comenzaré diciéndote, a ti lector, que la protagonista de
esta novela que estás a punto de descubrir, tiene una historia porque los
lectores de mi anterior novela, Quiero Respirar así lo han elegido.
Espera, tranquilo, no es un inconveniente que no la hayas
leído, puedes leer esta novela independientemente de que no conozcas la
anterior, eso sí, te aseguro que cuando acabes de hacerlo querrás conocer la
novela donde Julia vio la luz literaria.
Desde estas primeras páginas intentaré ponerte en situación
para que te sea mucho más fácil familiarizarte con esta rubia deslenguada y
atrevida a la que estás a punto de conocer.
Julia pertenece a un grupo de amigas; Mandy, Ro y Pat, que
con el tiempo han formado una pequeña familia, entre ellas se apoyan y ayudan
de una manera incondicional. Son famosas, entre los lectores, sus Terapias
Tequila, método con el que intentan aliviar los problemas que la vida les
presenta, que no son pocos.
A lo largo de mi primera novela, Quiero Respirar,
conoceremos pinceladas de este personaje tan especial, que comienza como
secundario, pero que gracias a su peculiar forma de ver la vida consigue
cautivar a los lectores, motivo por el que tras la palabra fin, demandan poder
leer la historia de Julia y Sam.
De Sam os puedo contar que es un policía amigo de Daniel,
protagonista de Quiero Respirar. A lo largo de esta primera novela seremos
testigos directos de cómo se enredan en una atracción donde el sexo y la
pillería son el hilo conductor. Hasta que una propuesta poco acertada, obligará
a Julia a poner un océano de por medio y desaparecer para poder aclarar sus
ideas.
Julia, besos dormidos, comienza en el preciso instante en el
que ella decide dejar Miami y regresar tras aceptar una nueva propuesta de
trabajo.
Es en esta novela donde vamos a poder conocer el verdadero
pasado de Julia y por qué ella ha llegado a ser la mujer que es. Por supuesto,
sabremos si es posible que el policía y la rubia tengan algo más que los
tórridos encuentros a los que nos tienen acostumbrados.
En definitiva, es una novela divertida y dinámica donde
queda plasmado que todas las cosas que uno hace en la vida tienen consecuencias
directas tarde o temprano.
Descubriremos cómo una mujer es capaz de ponerse
frente a su propio reflejo para retomar las riendas de su propia existencia.
También aprovechar para contaros que los Bianchessi,
personajes que aparecen en un momento determinado de la novela, no están
sacados de mi imaginación, sino de la imaginación de una amiga y compañera
llamada Aeryn Anders, quien les dio vida en la bilogía Tras tu rastro. Desde
aquí animaros a que conozcáis la historia de estos italianos que seguro os
gustará.
No me queda nada más que dejaros disfrutar de las Terapias
Tequilas y los momentos inolvidables que nuestra Julia es capaz de brindarnos.
Gracias y que comience la lectura.
Chary Ca
Capítulo 1
Mykonos - Agosto. 2016
La fiesta sorpresa que Daniel le preparó a Mandy por su
tercer aniversario de boda, le pareció un buen momento para aparecer,
enfrentarse al pasado y afrontar el futuro que le excitaba y aterraba de igual
modo.
Esa mañana, mientras Julia desayunaba en la terraza del
hotel, no pudo evitar recordar la noche anterior en la que por primera vez se
había encontrado cara a cara con Sam después de aquellos tres años
transcurridos.
Le había impactado su buen aspecto, pero le desagradó su
actitud prepotente y distante. No lograba entender a los hombres y por qué no
asumían que una mujer los rechazara.
Si había puesto tierra de por medio tras aquel incómodo
incidente en la boda de Pat, en la que él, después de un momento de lujuria en
el ascensor, se había sincerado al decirle que sería capaz de cualquier cosa
por ella, no era sino porque no estaba dispuesta a que nadie se sacrificara de
esa manera. Siempre había huido del compromiso emocional que suponía atarse de
manera sentimental a alguien y tenía claro que no cambiaría su manera de ver la
vida por nadie.
Un breve repaso mental por su historia le demostraba que a
sus treinta y seis años ya le resultaba difícil acoplarse a nadie, por eso
había optado por ser un espíritu libre. Las circunstancias la obligaron a ello
y no se quejaba, simple y llanamente lo asumía. Eso era todo, sin lloriqueos ni
lamentaciones.
Dejó su mirada perdida en el azul intenso que aquella mañana
tenía el Mar Mediterráneo, Mykonos era un lugar paradisiaco, la brisa suave
apenas si movía el agua que se llenaba de pequeñas ondas que daban un aspecto
abstracto a la inmensidad del océano.
Recordó con nostalgia la ocasión en que sus ojos pudieron
contemplar por primera vez aquel lugar maravilloso que la embaucó al completo.
En aquella ocasión todo era mucho más complicado que en ese momento, y se
alegraba infinito que su querida amiga Mandy hubiera conseguido empezar de cero
y conseguir esa familia que tanto añoraba. Aquella huida hacia delante había
sido un punto de inflexión en la vida de las cuatro amigas y aquella isla
supuso el punto de partida.
Mandy, Ro y Pat sus mejores amigas, su única familia, habían
conseguido sobrevivir a muchos momentos amargos gracias a que siempre habían
permanecido una al lado de la otra. Haberlas encontrado era lo mejor que le
había pasado y su amistad con ellas la razón por la seguía manteniendo la
cordura. Quién sabía que hubiera pasado sin ellas.
El sonido de un plato al caer la trajo al presente. De nuevo
esa isla sería el lugar desde donde volver a comenzar otra etapa. Suspiró con
la certeza de que siempre sería así, ella nunca echaría raíces, algo que solo
ella sabía el porqué.
Tras el desayuno se encaminó a visitar a su amiga Mandy al
hospital, solo a ella se le ocurría la idea de ponerse de parto el mismo día de
su aniversario de boda. Al llegar buscó la habitación donde estaba, abrió la
puerta y se emocionó al verla. Su amiga era una mujer admirable, siempre
conseguía lo que se proponía, fue capaz de superar una relación terrible y
volverse a enamorar. Ella le daba sensatez a su parte más loca e irracional,
era la única persona que conocía parte de su pasado, con la única que se había
sincerado y a la que abrió su corazón y sus sentimientos más escondidos, era la
persona más importante en su vida. Se alegró de encontrarla sola, venía a
despedirse.
—Hola, madraza. —Se
acercó a la cabecita de Manuel que dormía placido en los brazos de su madre y
lo besó.
—Hola. ¿Y mi beso? —Sonrío tras imitar un puchero.
—¿Celosa? Vine a ver a Manuel, no a ti.
—Claro, es lógico, lo tuyo siempre han sido los hombres.
—Digamos que mi gusto por las mujeres sigue dormido en algún
oscuro rincón, pero ya te lo dije una vez, que no le hago ascos a nada, aunque
de momento, prefiero un hombre en mi cama.
—Es precioso, ¿verdad que se parece a Daniel? —Ambas miraban
embelesadas al bebé.
—Más te vale que así sea, con lo celoso que es Daniel, no me
atrevo a pensar que pasaría si se le parece a tu enfermero. —Las risas de Julia
contagiaron a Mandy que empezó a reír.
—No quiero ni imaginarlo. Por cierto, dentro de unos días,
cuando salga de aquí, podemos hacer una reunión de chicas, con lo precipitado
del parto no hemos podido hacer nuestra Terapia Tequila.
—No creo que sea posible, me voy hoy.
Mandy dejó a Manuel en la cuna y se sentó en el sofá junto a
su amiga.
—¿Qué pasa, Julia? ¿Es por Sam?
—¡No! ¡Para nada! Eso está superado, al menos por mi parte,
vale que anoche por mí hubiera habido tema que te quemas, pero si es un soso y
no quiso, él se lo pierde.
—¿Anoche intentaste acostarte con Sam? Nena, tú no aprendes,
¿verdad?
—Mandy, no dramatices, eres una antigua, somos adultos y por
cierto, ¿lo has visto? Está el triple de bueno, menudo polvo tiene, no me supe
contener. Cualquier mujer en su sano juicio lo hubiera intentado.
—No, Julia, cualquier mujer con vuestro historial no se
hubiera acercado a él, pero claro, tú no eres cualquier mujer.
—En eso te doy la razón, aunque parece ser que el alelado
del poli ahora va de digno, ¿pero sabes qué? que le jodan, a mí me da lo mismo,
será por hombres en el mundo.
—Pues mejor me lo pones, si no es por él, no tienes por qué
irte enseguida, quédate con nosotras unos días más.
—No puedo, mi vuelo sale en unas horas. Tengo que volver al
trabajo, y eso es lo que te quería contar, me han ofrecido un puesto de
directora creativa en la delegación que la empresa acaba de abrir en Madrid y
he dicho que sí. El rostro de Mandy se entristeció.
—Lo entiendo —Su voz sonó resignada—, es una gran
oportunidad y debes aprovecharla. Total, seré pasajera vip en el Ave
Valencia-Madrid.
—Serás boba, no te vas a dar ni cuenta, después de estar
tres años en Miami, estar en Madrid será como vivir en el pueblo de al lado.
—Ven aquí. —Mandy la arropó entre sus brazos haciéndole
saber que no estaba sola y que nunca lo estaría.
—No seas cursi y no llores, que pareces una plañidera[1].
—¿Qué quieres, hija? Son las hormonas que me tienen
descompensada. Algún día sabrás de lo que hablo.
—Sí, algún día lo sabré —contestó Julia con una leve
tristeza que Mandy no percibió, pues en ese mismo momento la puerta se abrió y
Daniel las sorprendió.
Julia se alegró al verlo, entre ellos siempre existió una
relación extraña, se querían y se temían. Siempre había sido así y los dos
habían aprendido a llevarse bien por Mandy, si él la hacía feliz era lo único
que le importaba. ¿Qué más daba que el capullo de Sam fuera su mejor amigo?
Se acercó a Mandy y le dio un tierno beso en sus labios,
después se asomó a la cunita donde dormía Manuel y con ternura pasó la yema de
su dedo por su moflete rollizo. —Hola, Julia. —Estampó dos besos en sus
mejillas.
—Hola, Daniel. Le decía a Mandy que regreso a España, hoy
mismo vuelvo a Valencia.
—¿No te quedas?
—Tengo cosas que hacer, mucho que organizar.
—Ya, supongo —asintió Daniel.
Ella sabía que él no
lo entendía, sabía por Mandy que estaba bastante enfadado, y la hacía
responsable de la marcha de Sam a Afganistán, no entendía por qué lo rechazó,
aunque a esas alturas eso era algo que ya no podía cambiar.
Capítulo 2
Enero 2002
«La vida es demasiado corta para desperdiciarla en
tonterías», un pensamiento al que Julia había llegado cuando, con solo diez
años, su infancia se vio interrumpida la mañana en la que su madre decidió
poner fin a su vida. Aquella muerte la obligó a quedar bajo la custodia de su
padre, un verdadero extraño al que ni quería, ni necesitaba pero al que por ley
estaba ligada hasta su mayoría de edad.
Nadie podía culpar a
Julia de ser la mujer que era, no tuvo más opción que reinventarse a sí misma,
obligada a arrinconar su infancia con la premura que marcaron las
circunstancias, licenciándose en momentos amargos llenos de nostalgia, que le
enseñaron que no podía depender de nadie. Todo aquello marcó su carácter hasta
hacer de ella una mujer perdida, para la que amar no era una opción, ella no
era más que el resultado de los errores cometidos por sus progenitores.
Recordaba a su madre con cariño, aunque no siempre había
sido así. En un primer momento, y durante mucho tiempo, el rencor fue el
sentimiento que la dominó, luchó por enterrar el recuerdo en el lugar más
recóndito de su alma, aunque jamás fue capaz de conseguirlo. El paso del tiempo
ayudó a mitigar el dolor, la vergüenza y la soledad en la que su muerte la
dejaron, nunca más sería una niña feliz, pero aprendió a sobrevivir, y sin
darse cuenta, los recuerdos que de ella le quedaban fueron su tabla de
salvación. Por mucho que lo intentó nunca pudo borrarla de su memoria.
Su padre nunca estuvo presente en su infancia. Siempre fue
un ser ruin y despreciable al que tanto su madre como ella temían. Por mucho
que lo intentaba no conseguía encontrar recuerdos felices de los tres juntos.
Recordaba cómo, el dulce timbre de la voz de su madre, temblaba siempre que él
le gritaba ante cualquier exigencia.
Una mañana al regresar del colegio, Julia se acercó a su
madre como siempre hacía para darle un beso en la nariz. Al besarla le sorprendió
el morado que lucía en su ojo derecho.
—¿Mami, qué te pasa? ¿Quién te ha hecho daño?
—Tranquila, Julia, no es nada, ya sabes que mamá es un poco
torpe, ya lo dice tu padre, no he reparado en que la puerta de la despensa
estaba abierta y me di un buen golpe.
Julia en su inocencia la creyó, salió a coger una toalla y
unos cuantos trozos de hielo para curarla, tal y como su madre le hacía cuando
venía del colegio con algún golpe en la rodilla. Cuidar de ella la hacía
sentirse especial.
Poco después, y tras verse obligada a vivir con él,
descubriría que aquella puerta eran los puños del hombre despiadado al que se
negaba a llamar papá.
No tardó en ser la destinataria de los golpes que antes
chocaban contra su madre. Con el dolor que le provocaba cada agresión, su odio
crecía día a día, resultándole imposible entender por qué su madre había sido
tan cobarde. Con el tiempo, los golpes fueron acompañados de los abusos.
Se acostumbró a dormir con el temor de que la puerta de su
vieja habitación se abriera. Aquellas visitas nocturnas se convirtieron en
habituales, haciéndola entender por qué su madre no había sido capaz de
aguantar. Justo una semana antes de cumplir los dieciocho, cuando él abandonó
su habitación, se hizo el firme juramento de que no tendría oportunidad de
volver a tocarla. Esa misma madrugada, mientras él dormía la borrachera de
rigor, recogió sus pertenencias incluida la caja de madera que su madre le
había dejado, y salió por la puerta con la firme intención de no volver a verlo
jamás, nadie más le volvería a poner la mano encima.
Salió de casa cuando apenas el sol iluminaba las calles, con
prisa bajó a la estación de autobuses y eligió el primero que salía, su
destino: Murcia. El trayecto duró poco más de dos horas y media, un recorrido
que se le hizo eterno, en su interior convivían; el miedo a lo desconocido y el
alivio de alejarse del terror que en los últimos años había vivido.
Al llegar a la estación se sintió desubicada, perdida.
Reparó en un pequeño acceso que había al lado de la entrada para los autocares,
no lo pensó dos veces antes de ponerse en marcha, si lo hacía sus miedos
podrían paralizarla y lo único que deseaba era poner distancia, algo que ya
había comenzado a lograr.
Fuera de la estación miró en ambas direcciones, le daba
igual qué rumbo tomar, todo le era desconocido, al sentirse observada por un
vagabundo comenzó a caminar en dirección opuesta a él. No vio la tapa de la
alcantarilla levantada y tropezó. Por suerte, logró guardar el equilibrio para
no caer, aunque no pudo evitar que la caja de madera que llevaba en sus manos
se estrellase contra el suelo, desparramándose así todo su contenido.
Se agachó y con cuidado, comenzó a introducir de nuevo sus
pertenencias en aquel trozo de madera que usaba como amuleto en los momentos de
flaqueza, al coger la instantánea de su madre, no pudo evitar sentir nostalgia.
Capítulo 3
Luis se levantó temprano, nunca abría el gimnasio antes de
las doce del mediodía, pero la rotura de la tubería principal amenazaba con
inundar el local, hecho por el que tuvo que madrugar aquella mañana fría de
enero.
—Hola, chapuzas. —Saludó a su amigo Paco conocido por El
chapuzas.
—Hola, pesado, ya estoy en camino, pero me he liado con mi
parienta antes de salir de casa.
—Está bien, pero no tardes, necesito que esto se quede listo
hoy mismo, no me puedo permitir el lujo de tener el gimnasio cerrado durante
más tiempo.
—Sí, lo que tú digas, aun así ya me conoces, la primera
chapuza del día está reservada para mi parienta.
—No dejo de preguntarme qué ve en ti —refunfuñó mientras
buscaba las llaves para levantar la persiana.
—Si quieres, ahora cuando llegue te enseñó el motivo de mi
éxito —se burló su amigo antes de cortar la llamada.
Al levantar la persiana llamó su atención una joven de
cuerpo delgado y frágil apariencia que se afanaba en recoger del suelo las
cosas que se le habían caído. Mientras la observaba un impulso lo hizo
acercarse.
—Hola, permíteme que te ayude, me llamo Luis. —La vio dudar
antes de contestar al saludo. Por un instante la sintió molesta.
Julia observó al desconocido, no estaba asustada, había algo
en él, tal vez su mirada directa y su sonrisa transparente, que la animaron a
contestar. «No tengo nada que perder», se dijo a sí misma.
—Hola, soy Julia.
—Un placer, con esto ya está todo. —Y le tendió un pequeño
anillo que guardó en la caja antes de cerrarla.
Los dos se miraron sin saber qué decirse. Unos segundos
después Luis rompió el hielo.
—¿Eres de por aquí?
—No, acabo de llegar de Almería, quiero encontrar dónde
instalarme.
—Soy el propietario de ese gimnasio. —Señaló el letrero—. Si
quieres entrar y buscar sitio donde alojarte, tienes libertad para hacerlo.
Aquella hospitalidad la sorprendió, no estaba acostumbrada a
ello.
—No es necesario, puedo apañármelas sola, gracias de todos
modos. —Y tras rechazar aquella oferta, dio media vuelta y comenzó a andar sin
rumbo.
Luis quedó confundido ante su reacción.
Durante toda la mañana no fue capaz de olvidar aquella
mirada esquiva, Julia tenía algo que lo turbaba, aunque no adivinaba qué era. A
las doce de la noche Paco daba por terminado el trabajo, había conseguido poner
remedio en aquellas tuberías hechas añicos que amenazaban con inundar el local.
—Aunque sé que decir esto me saldrá caro, eres el puto amo
de las chapuzas.
—Lo sé, no existe chapuza que se me resista —sonrió—, lo
peor es que estoy infravalorado. Ya lo verás mañana cuando te pase la factura.
—Tú pórtate bien, y ten piedad de este pobre trabajador y
amigo.
—Lo haré, si quieres nos podemos tomar unas cervezas en el
bar de Evaristo. —Propuso su amigo.
—Mejor lo dejamos para otro día, tengo asuntos pendientes
—contestó Luis sin dejar de seguir con la mirada la figura delgada y de pelo
rubio que se acercaba en dirección a la puerta de su local. Paco guiñó su ojo
como respuesta, y se marchó segundos antes de que el asunto pendiente de Luis
llegara hasta su lado.
—Odio decir esto, pero no conozco a nadie y no tengo donde
ir. Necesito ayuda, aunque después de hoy juraré no habértela pedido. —Su voz
sonó nerviosa y temerosa ante la posibilidad de que ya no siguiera en pie su
ofrecimiento.
Luis la observó fascinado, le gustaba aquella mujer, frágil
pero segura y valiente al mismo tiempo. No se lo pensó dos veces y volvió a
abrir la puerta del gimnasio para invitarla a pasar.
Era un local modesto y acogedor. Contaba con dos alturas; la
parte superior estaba presidida por un cuadrilátero y junto a él, un saco de
boxeo pendía del techo. La parte inferior estaba ocupada en su centro por un
tatami. En un rincón se agrupaban, junto a dos bancos de abdominales, algunas
pesas. En el lado izquierdo, una sala acristalada daba cabida a la oficina y
junto a ella, dos puertas cerradas que daban paso a los vestuarios.
El olor a sudor que
allí se respiraba le trajo recuerdos desagradables, fantasmas de un pasado
reciente del que huía. Sintió su cuerpo estremecer a causa del frío y del
temor. Al encenderse las luces esos fantasmas se evaporaron, observó las
fotografías que pendían de las paredes. Fotos de campeonatos, medallas y
momentos de victoria. En definitiva, un lugar que ante su extrañeza la hizo
sentirse segura.
Luis la acompañó a su
oficina donde le indicó que se sentara en un sillón mientras le ofrecía una
taza de café. Un café que aceptó encantada, el frío de la noche calaba sus
huesos y necesitaba templar su cuerpo.
Durante un rato solo se miraron, él intentaba descubrir
quién era ella, y Julia intentaba disimular su realidad con miedo a no saber
qué le depararía el destino desde ese mismo momento. Aun así se sintió
valiente, decidida, nunca por mal que le fueran las cosas podrían ser peor que
lo vivido aquellos años.
[1]
Mujer que llora en los entierros.
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