No
eres un extraño.
Chary
Ca.
Ana
no creía en la Navidad, aquella época del año le aportaba una dosis de amargura
imposible de digerir.
Desde
muy niña recordaba aquel periodo del año con angustia, el hecho de que su padre
muriera el día de Navidad tuvo mucho que ver en ese sentimiento.
Aquella
noche Ana pensaba pasarla sola, le daba lo mismo que fuera Noche Buena, que sus
tíos y primos le insistieran en que celebrara con ellos aquella noche. Ella no
tenía mucho que celebrar.
De
camino a casa compró una botella de tequila en el establecimiento Pakistaní que
había en la esquina, era lo único abierto a esas horas.
Llamó
al ascensor y al cerrarse las puertas la figura de un hombre alto vestido con
elegancia, se sobresaltó, juraría que no lo había visto entrar.
—Perdone si le asusté. No era mi
intención. — La voz penetrante del hombre recorrió su cuerpo de una manera un
tanto especial.
—No
se preocupe, iba un tanto despistada. —Sus palabras sonaban a trompicones fruto
de la desazón que su presencia le producía.
Se
sintió incapaz de mirarlo por lo que decidió mirar la botonera y le inquietó
que solo estaba marcado el quinto piso, el suyo. Violentamente se volvió para
averiguar el destino de su acompañante pero un parón brusco del ascensor hizo
que su cuerpo se precipitara sobre el de él.
Se
sintió rodeada por sus brazos y le sorprendió apreciar el calor que su cuerpo
emanaba a través de su ropa. Sintió paz en aquellos brazos y un aroma muy
familiar ya olvidado despertó su memoria. Aquellos recuerdos la inquietaron. Se
sintió confundida cuando se dio cuenta que seguía entre sus brazos. Con un
tosco movimiento intentó separase, no lo logró, los brazos de aquel hombre la
sujetaban sin intención de soltarla. En respuesta levantó su rostro, sus ojos
chocaron con los de él, y se perdió en ellos. Aquellos ojos negros, profundos y
enigmáticos la aturdían, pero aun así no sintió temor, muy al contrario le
gustaba estar allí.
Aquel
contacto visual desató una tormenta en su interior, sintió como su aliento
chocaba con el de ella y cuando el dedo índice de él elevo su barbilla para
dejar sus labios a la altura de los suyos, no pudo más que dejar que un leve
suspiro se perdiera mientras sus ojos se cerraban.
—Ana,
—lo escucho musitar mientras posaba sus labios en ella.
Se
asustó deshaciéndose de él, cómo era posible, que ese hombre supiera su nombre.
¿Qué demonios estaba pasando allí?
—¿Quién
eres, cómo sabes mi nombre? —preguntó nerviosa mientras su pecho subía y bajaba
descontrolado debido a su agitada respiración.
Él
intento volverla a rodear, pero Ana recordó la botella que llevaba en la bolsa
que colgaba de su brazo. Sin pensarlo la sacó y lo amenazó con ella.
—Ni un paso más, o te juro que te
estampó la botella en la cabeza. Será mejor que me contestes.
—Eso no importa, Ana —contestó tranquilo
y susurrante —. Lo que de verdad importa es que estamos aquí encerrados en el
ascensor y que tú sabes que no soy un extraño.
—Eso es mentira, no nos conocemos, yo no
sé quién eres.
—¿De verdad quieres averiguarlo?
—Lo que quiero es que vuelva la luz y este
maldito ascensor arranque de nuevo para poder salir de aquí.
—Quizás salir de aquí no te haga
librarte de mí.
—Mira, no me vengas con tonterías, no
tengo un buen día, quiero salir de aquí y olvidarme de todo esto.
—Yo pienso lo contrario, creo que este
es el único lugar en el mundo donde te merece la pena estar, —se acercó
despacio, inmovilizando el brazo donde tenía la botella y quedando a escasos
centímetros de su boca—. Porque…
Cuando
Ana quiso darse cuenta el sonido de su voz se apagó dentro de su boca, sus ojos
se cerraron mientras sentía como su lengua danzaba dando la bienvenida al sabor
añorado y deseado que aquel extraño le estaba brindando.
Durante
lo que duró ese beso, sintió como flotaba su alma, y como el sentimiento de
soledad que siempre la acompañaba se evaporaba dejando una plácida emoción que
pellizcaba su alma. Cayó en la cuenta de que nunca nadie la había besado como
aquel hombre la estaba besando y sintió la necesidad de que aquello nunca terminara.
Cuando
sus labios fueron liberados de aquel beso arrasador, a duras penas pudo
musitar.
—Pero ¿quién eres? — y sus dedos
acariciaron el recorrido que aquel beso había dejado en sus labios.
—Ana,
soy yo…
En
ese preciso instante el ascensor comenzó a moverse con un brusco movimiento,
Ana abrió los ojos y para su sorpresa se vio sola, una lagrima resbaló por su
mejilla mientras se volvía a tocar los labios. Ahora sabía que tenía que
buscarlo.